Encuentros con defensores de derechos humanos
Mariana Bermúdez Astudillo
Abogada, Gobierno de Colombia
Retrato: Verónica Giraldo Canal, 2012.
5 de Julio 2012
Se inició mi interés por los derechos humanos cuando yo estaba en el colegio. Hoy en día, las instituciones locales aplican los estándares internacionales en la materia, pero no se percibían de la misma forma entonces. Yo me preguntaba: ¿Porque tanta gente guarda el silencio? ¿Será que yo también guardaré el silencio? Yo me integré en grupos juveniles de mi barrio y eso fue cuando realicé que habían muchas otras personas que habían decidido de no quedarse callados. Luego, a los 19 anos, seguí como representante estudiantil en la Universidad del Cauca. Se había generado un espacio para expresar ideas, atender inquietudes de los estudiantes y tomar posiciones políticas en cuanto al financiamiento de las universidades. Era en el 2003 y el contexto político era bastante polarizado. Lo más grandes los temas que empezamos a tratar, lo más grandes los problemas que empezamos a tener. Es así que empecé a tener problemas de seguridad personalmente también.
El 2005 fue un año terrible para el movimiento estudiantil y me tocó vivirlo en carne propia. Nuestras exigencias como estudiantes eran muy importantes y nos oponíamos a ciertas políticas del gobierno. A varios estudiantes de varias universidades llegaron panfletos amenazantes por parte de grupos paramilitares. Ellos empezaron una campaña de desprestigio estudiantil y de amenazas directas. En la Universidad del Valle, mataron a dos estudiantes. Como responsable de derechos humanos para la Asociación Colombiana de Estudiantes Universitarios, yo solicitaba medidas de protección para los estudiantes amenazados y hacía visibles las amenazas en las instituciones del Estado. Eso mi hizo personalmente visible y en fin me llegaron también amenazas de muerte directas por parte del Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). El panfleto tenía una lista de nombres en la cual aparecía el mío.
A pesar de mis amenazas, yo seguía con el trabajo: hacíamos comunicados públicos y solicitábamos a las instituciones. El más importante para mi era de seguir haciendo visible las amenazas, para que el Estado ejerza su papel de protección. La respuesta de la institucionalidad fue muy problemática, porque negaba toda credibilidad a las organizaciones estudiantiles y de derechos humanos. ¡Más bien, el presidente Uribe afirmaba que los terroristas se escondían detrás de las banderas de las organizaciones estudiantiles! Con base en tales afirmaciones, se puede derivar todos los tipos de abusos. Por ejemplo, un día de 2005, yo fui a solicitar el gobernador del departamento con respeto a nuestras amenazas y su respuesta era que en el país no había paramilitarismo... Mucho después, yo aprendí mirando las noticias que este mismo señor fue encarcelado por parapolítica. El nivel de confrontación también era muy diferente de lo que se puede observar ahora porque no había posibilidad de ser escuchado por el gobierno. Además de las amenazas que recibíamos, apenas que salían las marchas empezaban los enfrentamientos con el ESMAD [Escuadrón Móvil Antidisturbios].
Las amenazas afectaron directamente mi ritmo de vida. Tuve que desarrollar estrategias para protegerme, pero como consecuencia no podía salir con mis amigos por temor y me quedaba en mi casa. Realicé después que hacía un bloqueo emocional frente a mi propio temor para poder seguir con mi trabajo. Yo era mas que todo preocupada para mi familia, que tenía mucha tristeza para mi. Siempre había sido la chica que se movía y que hacía cosas, y ahora tenía que quedarme encerrada.
Algunos dirigentes estudiantiles de la Universidad del Valle tenían medidas de protección por parte del gobierno, pero yo no. Tampoco es que esas medidas eran adecuadas a nuestro contexto. ¡Lo que nos podían proveer eran escoltas, pero yo no iba a ir a mis clases con escoltas armadas! Yo hice las denuncias, pero cuando vi que empezaban a matar a estudiantes de la Universidad del Cauca, realicé que era la siguiente en la lista y decidí salir de Popayán hasta la ciudad de Bogotá. Me quedé allá en 2 meses, pero las amenazas fueron reiteradas en la capital y tuve que salir del país. Solicité un programa de refugio temporal y me permitieron de salir hacia España.
Me quedé en total 8 meses en España y en la Universidad de Venecia, lo que evidentemente interrumpió mis estudios y mi compromiso político, y también rompió muchas de mis relaciones personales. El apoyo que recibimos de las organizaciones españolas era muy solidario y muy importante, en parte porque era la primera vez que recibían un grupo de estudiantes exiliados. Sin embargo, no dejaba de sentirme extraña en un país que no era el mío, con costumbres diferentes y un modo de trabajar diferente. Muchas personas me preguntaban si veía en ello una buena oportunidad de quedarme en Europa, pero siempre quise volver a Colombia para trabajar en lo que me gusta. Nunca dudé que iba a retomar mi trabajo. También constaté que muchos Colombianos eran víctima de racismo y de discriminación en España, lo que me hizo sentir bastante extraña.
Cuando regresé a Colombia, no podía retomar el mismo nivel de incidencia para no ponerme en riesgo de nuevo. Era afuera del movimiento estudiantil y solo participaba en iniciativas puntuales, para mantener un perfil bajo. Decidí enfocarme sobre mis estudios para graduarme y ser abogada. Decidí enfocar mi acción jurídica sobre los derechos humanos de las mujeres víctimas del conflicto. Me di cuenta de la importancia que tenemos los abogados para acompañar procesos sociales y apoyar proyectos de poblaciones vulnerables. Me preguntaba: ¿Que piensan la gente cuando están en el escenario del conflicto armado que todavía sigue? ¿Como están las mujeres que tienen que sufrir múltiples violaciones? ¿Cual es su cuotidiano? Mi curiosidad inicial frente a los derechos humanos regresó, pero ahora con una perspectiva de genero.
Decidí vincularme con la Ruta Pacífica de las Mujeres y empecé a descubrir sus historias. Esas mujeres fueron mis mamas, hermanas, amigas, todo a la vez. Mi di cuenta a que punto estamos capaz de resistencia. Por ejemplo, una mujer me contó que cuando un actor armado la reclutó su hija, decidió seguirlo, y seguirlo, seguirlo. Desgraciadamente, la hija fue víctima de violación, pero por fin la mujer logró que la devolvieran su hija. Muchas mujeres jamás fueron escuchadas y por eso creo que es transcendental generar espacios donde ellas pueden hablar de lo que han vivido y reclamar sus derechos.
Hoy, trabajando con el Gobierno de Colombia, enfrento un nivel de riesgo que no es tan alto, a pesar de estar en uno de los lugares del país con un nivel de conflictividad excesivamente alto. Con todos los procesos de restitución de tierras, el nivel de violencia contra la mujer sigue importante en la zona. Lo que me motivó a retomar mi trabajo cuando regresé de España es más que todo una cuestión de convicción. Amo lo que hago y eso me permite enfrentar los obstáculos. ¡Si no amaba mi trabajo, sería mucho más fácil para mí de ir a trabajar como abogada, ganando mucho más plata y sin amenazas! Poder ayudar a la gente y hacer que conozcan sus derechos me da mucha satisfacción. Me motiva poder decir a la gente, por ejemplo a una mujer que ha sido violentada durante más de 15 años, que puede dejar de tener miedo porque tiene derechos. También, el hecho que no pido nada que no sea garantizado por instrumentos de derechos fundamentales me da animo. Y por fin es muy bonito y da mucha satisfacción personal de sentir el agradecimiento de la gente quienes salen de su estado de desconocimiento y de vulneración.
Como defensora, el hecho de ser una mujer que menciona injusticias y exige derechos no es bien recibido en un contexto donde muchos guardan el silencio. El nivel de machismo en este país es bastante alto. Personalmente, experimenté mucho temor porque a nosotros mujeres el conflicto nos golpea de manera diferente. Sentimos al conflicto en nuestro cuerpo. Cuando estas en una situación de riesgo a tu integridad personal, no solamente te pueden meter un tiro, te pueden matar, pero también pueden tocar tu cuerpo, pueden cortar tus partes íntimas, te pueden violar. Las mujeres pasamos el conflicto pensando que pueden afectar a nuestro cuerpo. Empezamos a vestirnos diferente, a actuar diferente, a no hacer las cosas que hacíamos antes de las amenazas. Por ejemplo, la noche, que normalmente es un momento para uno mismo, se vuelve un momento particularmente peligroso para nosotras. En zonas de alto nivel de conflictividad como Cauca, Arauca, Montes de María, y Caquetá, muchas mujeres han sido pasadas por su cuerpo y tienen las marcas de los actores armados en su cuerpo. A pesar de trabajar en una institución del Estado, el temor que tuve cuando fui amenazada sigue latente hoy frente a lo que podría pasar a mi cuerpo por ser defensora de derechos humanos. El trabajo que hago con mujeres víctimas del conflicto me hace pensar que lo mismo me podría pasar en cualquier momento porque yo también soy mujer. Ninguna mujer esta excepta de esta violencia, y menos cuando trabaja sobre el conflicto. Pero aunque a veces quisiera salir corriendo de esta realidad y me canso de escuchar tantas historias de violencia, he decido hablar fuerte, dar charlas y marchar con la frente en alto, porque para mí no hay otra opción.
Fue solo en el 2010 que tuve la ocasión de contar mi historia. Era trabajando como abogada con un grupo de mujeres víctimas del conflicto cuando ellas mi pidieron de contar mi propia historia. Pregunté: ¿Que historia? Para mí en este entonces no había pasado nada, en comparación con esas mujeres que habían sido reclutadas por los grupos armados o violadas. Esta vez me confronté y conté también mi historia, cuando me sorprendí empezando a llorar. Lloré todo este día, y lloré y lloré y lloré. Me di cuenta que todo eso me había afectado mucho. Creo que muchas mujeres, madres de familias o profesionales como yo, quieren seguir manteniendo la cabeza alta, pero tenemos que sacarlo de adentro. Yo, por ejemplo, siempre evadía el tema y quería continuar de hacer denuncias para otras personas. Pero si no lo hubiera hecho, sería imposible de contar mi historia así hoy.
En conclusión, creo que el papel de los defensores y defensoras en Colombia sigue siendo muy importante, porque genera procesos grandes de movilización frente al conflicto armado, por ejemplo tras acompañamiento a mujeres, Indígenas o Afrocolombianos. Ha impactado de manera determinante, junto con las instituciones internacionales de derechos humanos, la manera en la cual las instituciones nacionales piensan los derechos humanos y sus obligaciones constitucionales hoy en día. El hecho de ver tantas organizaciones determinadas en buscar alternativas a la guerra me da esperanza que un día el conflicto armado vaya a terminar y que se vaya a respetar nuestros derechos, aunque será difícil. Por eso creo que es tan importante apoyar a las iniciativas de paz que surgen de escenarios de conflicto, como las de mujeres o campesinos víctimas del conflicto, y por eso seguiré trabajando con optimismo en este sentido.